domingo, 14 de octubre de 2007

LUIS HORACIO ORTIZ OLARTE

RESEÑA BIOBIBLIOGRAFICA

El escritor nortesantandereano Luis Horacio Ortiz Olarte se adentra en el mundo mágico de un circo pobre, mostrando el lado humano de esos seres que deambulan por el mundo construyendo sonrisas y asombros.

FRAGMENTO DE SU OBRA: DOMÉNICO

RECOMENDADA PARA LECTORES DE 10 AÑOS EN ADELANTE

El circo se anunció por el pueblo dos semanas atrás, el perifoneo de una vieja Ford cincuenta y ocho y un altavoz cansado interrumpieron la monótona tranquilidad con ¡el único, el magnífico, el espectáculo que ustedes esperaban damas y caballeros, niños y niñas, el incomparable Circo de los hermanos Pascalli! Niños dos mil pesos cualquier localidad. No lo olviden, próximo domingo tres funciones, cuatro y quince, seis y treinta y nueve en punto. Vean a Lucciana la mujer de goma; Salvatore, el malabarista; las hermanas Di Caprio, Débora y Giannina, bailarinas y equilibristas magníficas; Tito el León acróbata; Gino, el elefante danzante; Bambina, la jirafa educada, Rómulo y Divo, los payasos que harán la felicidad de niños y grandes; y nuestro número central directamente traído para ustedes en esta única ocasión, el mago de magos, ganador de todos los festivales y conocedor de los secretos del ilusionismo, el internacional Doménico Di Carletto. Apresúrense, acérquense, tenemos boletas de cortesía para las diez primeras personas que lleguen hasta nuestro móvil de transmisión. Vengan, no se pierdan el entretenimiento más antiguo del mundo, el preferido por todos los pueblos desde la antigua Roma hasta nuestros días… Vean a Giannina la mujer de goma, Salvatore… el globo de la muerte…! Y la voz sinuosa y discordante se pegó a las ventanas de las cinco de la tarde y dejó en la gente la nostalgia de una diversión nunca antes vista. Afuera la camioneta avanzaba con torpeza abandonando a su paso un rosario de niños descalzos que se recreaban sacándoles la lengua a los payasos tirándoles semillas de mango que levantaban del polvo. ¡Y no olviden nuestro número central, el sensacional mago Doménico Di Carletto, adivino, prestidigitador y escapista…!

Los días se fueron con pereza, comentarios de escuela, vamos a aprenderle los trucos al mago, mamá yo quiero ir al circo, yo también, pero dígale a su papá, no moleste que no hay plata para esas cosas, ay papá, bueno vamos con una condición, festejos y alcancías rotas. El domingo llegó presidido por el circo, tuba, platillos, redoblante, trombón y parapapá-pará-parápa-parapapá-pará-papá-parapapá-pará-parapá-parapapá-pá-pá-pá-pá.

Los artistas marcharon por el parque cuando los fieles salían de misa de ocho. No hubo más publicidad. Una carpa azul, rota, amarilla y más rota y una desteñida bandera italiana despertaban la curiosidad de todo el mundo. Su instalación había sido regocijo y carnaval. Las taquillas se abrieron desde las once y la ansiedad se atiborró en las rejas de contención. Nadie quería perder la primera función y nada importaban los empujones, las inclemencias del verano ni el verano de agosto pegado al sudor. Todo lo soportaron. A las tres y cincuenta, un altavoz pidió excusas porque no habría función de cuatro y quince; avisó que a Gino, el elefante lo apuraban unos problemas digestivos y se le habían acabado las zanahorias, sin ellas definitivamente se negaba a actuar. En veinte minutos había zanahorias para tres meses. Ahora tenemos un cortocircuito en la planta eléctrica, rogamos un poquito de paciencia, el espectáculo lo merece. Lo que no informaba el anunciador, y yo lo voy a hacer, era que Doménico Di Carletto, la máxima atracción, el que había movilizado a todo el pueblo, había perdido el dominio de sí mismo por beber en exceso la noche anterior, y a esta hora no había poder humano, ni divino, ni mágico que lo sacara de su cama y su borrachera. Jean Piero, el enano dueño del circo, escupía insultos y retorcía la rabia en su inmensa nariz. Tanto anunciarlo para nada. Desgraciado y precisamente hoy. Ya se las arreglaría con ese Di Carletto, mago de pacotilla. Iluminado en su cólera decidió abrir las entradas y en un tropel, aforo a reventar. Después de tan larguísima espera, luces, música ¡Damas y caballeros, niños y niñas, el Circo de los hermanos Pascalli, les da la bienvenida, nuestro espectáculo está hecho para ustedes con auténticos artistas herederos de la tradición circense italiana! Desfilaron al compás del cansancio, Lucciana, la mujer de goma que parecía de grasa, una contorsionista china que de china sólo tenía su palidez, sus ojos alargados y unos dientes de arroz; Gino el elefante hindú que en realidad era africano, Bambina la jirafa educada y se iba orinando por todos lados; Tito el león que había perdido su melena en un salto por el aro de fuego; Salvatore el jorobado; las hermanas Di Caprio y los payasos Rómulo y Divo que aparte de alimentar al león, al elefante y a Bambina, vendían las boletas y limpiaban la pista después de cada presentación, y Doménico Di Carletto. ¿Dije Doménico? No, no, no, no. Creo que me adelanté, el afán me precipita, Doménico aparece después, por ahora sigue náufrago del despecho, el aguardiente y los desprecios de Lucciana.

Unas luces de celofán iniciaron la función. Lucciana, la mujer de goma y trescientos veinte kilos más pesados que su conciencia, dejó boquiabierta a la concurrencia con la elasticidad y sobre todo cuando estuvo a punto de asfixiarse al no poder desenredar sus piernas cruzadas en el cuello. Salvatore hizo malabares y en su rutina de hábiles ejercicios dejó caer un cuchillo que alcanzó a romperle la camisa y por poco le cruza la deformidad de la espalda. Tito el león estuvo a punto de matar la jirafa de un zarpazo porque le pisó el rabo y le orinó su orgullo, además le clavó una dentellada en un ataque justificado de hambre, pobrecito, en los últimos meses sólo comía zanahorias obligadas de la ración del elefante y hace días quería saborear carne tierna y jugosa. La gente creyó que todo formaba parte del espectáculo y aplaudió entusiasmada. Los payasos intervinieron para disimular el incidente, cantaron, hicieron chistes y cundieron al público sus risas de libreto. Gino hizo un sugestivo y difícil baile de cadera y, urgido de estómago, iba dejando una estela naranja y gelatinosa, en cada uno de sus rítmicos movimientos. Las hermanas Di Caprio bailaron sensualmente y caminaron por la cuerda floja sosteniendo la respiración y acelerando el corazón de los espectadores, en especial de los hombres, a Giannina la tristeza de un seno se le escapaba de su blusa y a seis metros de altura, sin malla de protección no alcanzaba la vanidad para pensar si el seno, el pudor o un porrazo.

¿Y el mago? ¡El mago, el mago, el mago o la plata! ¡Querido público, en este momento nuestro mago se encuentra en profunda meditación y necesita unos cuantos minutos de silencio para entrar en trance total, una vez acabe el intermedio está con nosotros, el sensacional Doménico de Carletto y enseñará a los niños algunos trucos, fascinará a los señores con el corte de una mujer en tres partes, adivinará a las damas el futuro, sorprenderá a todos con su número de escapismo y hará una demostración de su maravillosa máquina del tiempo!

El intermedio se hizo insoportable y fatigoso, llantos, apretones, papas, calor, gaseosas, desesperación y el insufrible olor diurético de Rómulo, Gino, Tito y Bambina la jirafa educada. Al fin ¡Señoras y señores, lo prometido, desde Italia, el mago ganador de todos los festivales, conocedor de los secretos de Merlín, Tarantino, El gran Leonardo y Harry Houdini, el espectacular Doménico Di Carletto! Unas notas desentonadas y estridentes acompañaron sus pasos difíciles. Flaco de lástima y vergüenza, vestido por completo de negro, una chistera que casi le caía en los hombros y una varita mágica que apenas lo sostenía, sacó palomas de su manga, convirtió pañuelos en flores, inundó la pista de conejos, amarrado de pies y manos escapó de un saco de correos, cortó una mujer en tres, adivinó la edad y los pecados de algunas señoras y para evitar peligros desapareció a Tito el furioso. ¡Con ustedes el número que ha dado fama y vuelta al mundo, el viaje a través de la máquina del tiempo! El asistente acercó el armatoste: una destartalada nevera de dos puertas acondicionada con bombillas baratas y una inscripción en pintura fluorescente Macchina dil tempo di Julius Verne. ¡Ahora nuestro mago se remontará a su antigua y natal Italia! Un momentico, paremos la historia y digamos la verdad, no es honesto engañar al lector: Doménico era Domingo, un profesor de Sociales suspendido del magisterio por acosar a sus alumnas y, peor todavía, destituido por sus hilarantes imprecisiones históricas y sus intolerables confusiones geográficas que lo hacían burla y fiesta de la clase. Desempleado y muerto de hambre no tuvo más suerte que aprender algunos trucos de ilusionismo en un libro de Diviértase y hágalo en casa. El Di Carletto lo copió de una marca de espaguetis nacionales. ¡Un voluntario que quiera emprender un viaje con Doménico en su imponente máquina del tiempo! Dos por falta de uno. El mago, aún en la penumbra del alcohol, renunció a la razón y olvidó el método, pero para impresionar aglutinó sus palabras mágicas con el latín que nunca aprendió en la facultad por vivir inmerso en el deleite de revistas voluptuosas, sacudió con ceremonia y estilo su varita y ¡ábrater, cadabraorum, patoris cabrus! ¡Y zas! Una densa nube de arena caliente cubrió el redondel y se disipó en la gritería de la multitud. Doménico no pudo soportar su dicha y su terror cuando repasó las graderías en sus confundidos ojos y vio la plebe enardecida y extraña; reconoció al emperador en su trono de oro y marfil y a su séquito de senadores y vestales. Admiraba a Domiciano y creyó en su benevolencia, hizo una venia en su desamparo y exclamó en lengua etílica: ¡Ave César! Deo gratia. ¡Io te saluttare imperatoris maximum, qué me facera falsarius plenus! Cinco leones liberados del foso se abalanzaron sobre él y sus compañeros de aventura, y en la canícula del Circo Máximo de la Ciudad de Roma del siglo II bajo ochenta mil miradas acostumbradas, eufóricas y complacientes, los devoraron a regusto y sin el más mínimo acoso de conciencia. El Circo de los hermanos Pascalli arde en llamas y zanahorias. Nadie creyó ese truquito de la máquina del tiempo. Tanto esperar. ¿Cómo la vieron?

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